martes, 11 de abril de 2017

Una reflexión, en el marco de la Semana Mayor

“La historia la escriben los vencedores”, escribió George Orwell en su obra "1984", y La Biblia es un gran ejemplo de esto:

A los líderes políticos y religiosos del "pueblo elegido" del iracundo “Dios de los Ejércitos” jamás les hubiese convenido (ni tampoco hoy a los del moderno mundo occidental) que se supiera que Moisés de Menfis, máxima figura religiosa del Judaísmo, fue iniciado en los misterios del Universo por los Hierofantes del culto de Atón, el mismo Dios único e invisible al cual el pueblo de los israelitas llamaba Jehová (Yavé).

Es importante destacar que el culto de Atón fue prohibido luego del envenenamiento de la familia real del Faraón Amenofis IV, también conocido como Akenatón luego de cambiar su nombre tras el decreto de abolición de los dioses muertos y la proclamación del Dios Vivo, único e invisible, el cual era representado con el símbolo de un sol con líneas como rayos que se proyectaban a la tierra.

Para el momento del nacimiento del príncipe real Osarsip (Moisés) ya habían pasado más de cien años de la investidura de Tutankamón como sucesor del fallecido Akenatón (Amenofis IV), llamado por el pueblo “Santo hacedor de santos”, y los nietos de los sacerdotes de Atón eran ya ancianos, escondidos en el anonimato, ocultos con sus archivos milenarios entre las ruinas de los antiguos templos, archivos que nutrieron la sabiduría de Moisés así como en el pasado lo hicieron con los fundadores de la civilización llamada de “Adán” y muchísimo después lo hicieron con Jesús de Nazareth.

Y los vencedores de las “Guerras Santas” impusieron la religión que habían fundado y escribieron los libros de historia (no sin antes destruir los grandes archivos e incendiar las grandes bibliotecas), y el legado de Akenatón desapareció entre las ruinas de Amarna, su ciudad santa, destruido por los sacerdotes de Amón (el becerro de oro del Sinaí), y el legado de Moisés desapareció sepultado bajo los cimientos del primer y original templo de Jerusalén, la ciudad santa, destruido por los sacerdotes del "Dios de los Ejércitos", y el legado de Jesús de Nazareth desapareció entre la oscuridad del castillo pontificio, en la santa sede, destruido por los sacerdotes del dios muerto en la cruz.

Ni hablar de lo que hicieron con Mahoma.

No hay comentarios:

Pececitos