“La
historia la escriben los vencedores”, escribió George Orwell en su obra
"1984", y La Biblia es un gran ejemplo de esto:
A
los líderes políticos y religiosos del "pueblo elegido" del iracundo
“Dios de los Ejércitos” jamás les hubiese convenido (ni tampoco hoy a los del
moderno mundo occidental) que se supiera que Moisés de Menfis, máxima figura
religiosa del Judaísmo, fue iniciado en los misterios del Universo por los
Hierofantes del culto de Atón, el mismo Dios único e invisible al cual el
pueblo de los israelitas llamaba Jehová (Yavé).
Es
importante destacar que el culto de Atón fue prohibido luego del envenenamiento
de la familia real del Faraón Amenofis IV, también conocido como Akenatón luego
de cambiar su nombre tras el decreto de abolición de los dioses muertos y la
proclamación del Dios Vivo, único e invisible, el cual era representado con el
símbolo de un sol con líneas como rayos que se proyectaban a la tierra.
Para
el momento del nacimiento del príncipe real Osarsip (Moisés) ya habían pasado
más de cien años de la investidura de Tutankamón como sucesor del fallecido
Akenatón (Amenofis IV), llamado por el pueblo “Santo hacedor de santos”, y los
nietos de los sacerdotes de Atón eran ya ancianos, escondidos en el anonimato,
ocultos con sus archivos milenarios entre las ruinas de los antiguos templos,
archivos que nutrieron la sabiduría de Moisés así como en el pasado lo hicieron
con los fundadores de la civilización llamada de “Adán” y muchísimo después lo
hicieron con Jesús de Nazareth.
Y
los vencedores de las “Guerras Santas” impusieron la religión que habían
fundado y escribieron los libros de historia (no sin antes destruir los grandes
archivos e incendiar las grandes bibliotecas), y el legado de Akenatón
desapareció entre las ruinas de Amarna, su ciudad santa, destruido por los
sacerdotes de Amón (el becerro de oro del Sinaí), y el legado de Moisés
desapareció sepultado bajo los cimientos del primer y original templo de Jerusalén,
la ciudad santa, destruido por los sacerdotes del "Dios de los
Ejércitos", y el legado de Jesús de Nazareth desapareció entre la
oscuridad del castillo pontificio, en la santa sede, destruido por los
sacerdotes del dios muerto en la cruz.
Ni hablar de lo que hicieron con Mahoma.
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