jueves, 19 de agosto de 2010

No es un cuento... es una historia.

Él nos dijo:


Mi abuelo siempre nos contaba del hombre viejo a quien él conoció en su juventud durante los meses previos a su salida de África y que le enseñó muchas cosas para su viaje a América. Un día en que iban del pueblo a la ciudad por el camino de los ancestros encontraron un grupo que celebraba un ritual a los orishas y el viejo le contó que años atrás, en un viaje a tierras lejanas, conoció a un hombre que era la reencarnación de un orisha; mi joven abuelo, muy confundido, le preguntó que cómo era eso posible. Su anciano instructor, entre carcajadas por aquella expresión de sorpresa e incredulidad, le contestó: "tú mismo podrías ser Babalú que hoy está de vuelta para ayudar a nuestro pueblo", y continuó: "has de aprender que, a pesar de lo evidente, no es posible aún alterar el orden de las cosas tal cual están establecidas hoy en día, pues todo ha de suceder en su momento".


El abuelo nos confesaba que a veces no comprendía con claridad las palabras de su amigo y maestro pero que su curiosidad y admiración por él le hacían esforzarse para asimilar las hermosas y sorprendentes enseñanzas que contrastaban fuertemente con la cultura de su pueblo e iban contra todo lo que le habían inculcado desde niño: "solo hay Uno que es Luz y nosotros no somos más que chispas diseminadas cual semillas por el campo infinito del universo, destinadas a germinar en un largo recorrido de regreso a la fuente que es nuestro Padre".


Ahora comprendo que nosotros mismos somos los santos, los avatares, los semidioses, los orishas, vistos con los ojos ingenuos de quienes son más "jóvenes", pues "a medida que nos acercamos a la fuente, ese Sol que es Dios, más brillante se hace esa chispa de Luz que realmente somos".


La noche en que el abuelo nos dejó relató una vez más su historia y justo antes de ir a su alcoba a "descansar para un nuevo viaje" nos dijo que nunca olvidáramos las palabras que antes le dijera su amigo y maestro la última vez que se vieron, en la ciudad de Nueva York, en un patio del edificio de la ONU, donde el abuelo trabajaba: "solo hay Uno que es Luz, y esa luz brilla en tu corazón".

Pececitos