sábado, 22 de abril de 2017

Los traidores deben llamarse Pablo, no Judas.



No existe mayor traidor que Saulo de Tarso, y la prueba de su traición es el hallazgo arqueológico, a finales del siglo XX, de un evangelio apócrifo.

Ya sabemos que “la historia la escriben quienes ganan la guerra”, cuando los genocidas, tras la aniquilación de sus contrarios, instauran su régimen. Por esta razón es que Judas, discípulo de Jesús de Nazaret a quien llaman “Iscariote”, es un traidor y no Saulo de Tarso, asesino de seguidores de Jesús de Nazaret a quien llaman “San Pablo”.

Entonces, aparece el apócrifo evangelio de Judas, de quien un viejo libro dice originario de un pueblo llamado Kerioth, y los fundamentalistas niegan su veracidad apoyándose en los escritos de Irineo de Lyon, otro santo de la iglesia primitiva patriarca de una congregación paulina, adversaria a las congregaciones derivadas de los Doce y de donde se origina la “institución de los concilios ecuménicos”, conocida como Iglesia Católica Apostólica Romana.

Es así que, siendo los paulinos enemigos de los seguidores de los Doce, los escritos de “San” Irineo se enfocaban en arremeter contra el resto de las congregaciones, sobre todo unas llamadas “gnósticas”, las cuales eran restos o remanentes de las escuelas esenias, comunidad extinta por la persecución y genocidio del poder político y religioso de la época.

De modo que, Irineo bautizó a todo lo no paulino con el nombre de “contrario” (hereje) y comenzó el trabajo de edición que hoy en día se conoce como “los evangelios canónicos”, un trabajo que fue completado años después, perfeccionado con supresiones y alteraciones de los textos y presentado como un gran compendio bibliográfico al cual se añadió la Torá Judía durante el primer gran concilio ecuménico a finales del siglo IV con el propósito de la fundación de una institución religiosa que buscaba imitar al Sanedrín donde se formó su prócer: Saulo de Tarso.

Este acontecimiento generó graves consecuencias históricas y fue el inicio de lo que se conoció como “el oscurantismo” occidental. Al momento y en lo sucesivo se alzaron muchas voces de protesta, sobre todo entre los líderes de las congregaciones no paulinas, y se libraron batallas que la historia oficial ignora, niega u oculta bajo los sangrientos cuentos de hadas titulados “Las Cruzadas”. Luchas armadas de las que no hay registros sino apenas relatos lejanos como el de la humilde y misteriosa destrucción de la Biblioteca-Museo de Alejandría. La persecución y muerte a los patriarcas de “iglesias” no paulinas o congregaciones “heréticas”, resultando el nombre de Arrio como el único de tantos que milagrosamente sobrevivió a la “historia” pero ridiculizado en la creación de una doctrina antidogma, el “arrianismo”.

En conclusión, quienes hayan tenido la oportunidad de leer, de conocer y osen reflexionar, ya sin el miedo a las hogueras de la Santa Inquisición (las cuales aún se rememoran y celebran en el mundo católico los días domingo de resurrección con un muñeco que representa al hereje y al traidor), podrán ahora comprender el porqué de que las crónicas de los apóstoles de Jesús de Nazaret hayan sido reducidas a solo cuatro libros oficiales, el canon inspirado por un tal espíritu santo; entenderán por qué en esos cuatro “evangelios” solo se relate una pequeña parte de la vida de Jesús denominada “vida pública”, desapareciendo el resto de su existencia, su infancia (salvo un corto pasaje cuyo objetivo parece indicar que los “evangelistas” la conocían pero que no fue relevante contarla) y su familia (quienes, al parecer, junto con los discípulos y Jesús mismo habrían pertenecido a la comunidad judía de los Esenios).

Solo nos queda esperar a que, algún día, por obra y gracia de una fuerza superior de mayor poder al del espíritu santo que según los paulinos inspiró a unos iletrados y embrutecidos pescadores, los pergaminos de Qumrán que aún permanecen bajo llave en alguna bóveda sagrada salgan a la luz y revelen la verdad de los Esenios, los Doce y la “sagrada familia” de Belén y Nazaret. Aunque, seguramente no sirva de nada luego de que la autoridad religiosa y política, en rueda de prensa, le reste credibilidad y desvalorice los hallazgos tras afirmar:
-- “ni siquiera el mismísimo Jesucristo en persona podrá contradecir jamás a la Palabra de Dios”
Su Santidad el Papa.

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